Por Juan Antonio Pascual Estapé
Era un científico prestigioso que revolucionó la industria del automóvil y los aerosoles. Pero tiene un terrible lado oscuro. Millones de personas fallecidas y un enorme agujero en la capa de ozono, se deben a sus inventos.
La ciencia es el motor de la evolución humana. Pero cuando está sometida a los beneficios, y se desprecian los efectos secundarios, la Humanidad entera corre peligro.
Esta es la historia de Thomas Midgley Jr, inventor de dos productos químicos que revolucionaron la industria… y también causaron millones de muertes, un descenso del nivel de inteligencia a nivel mundial, el aumento de los crímenes y la violencia callejera, y el agujero de la capa de ozono. Todo un récord para un única persona…
El historiador John McNeill dijo de él que «tuvo más impacto en la atmósfera que cualquier otro organismo en la historia de la Tierra». Es una lección muy interesante que nos explica por qué los científicos tienen que pensar en las consecuencias de sus inventos, antes de aplicarlos. Y también los políticos que los aprueban…
Todo comienza al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuando al geoquímico Clair Cameron Patterson le encargaron un trabajo de doctorado: calcular la edad de la Tierra, que nadie había conseguido. Patterson decidió utilizar rocas radioactivas, porque cambian de estado de forma constante.
Cuando comenzó a buscar rocas por todo el mundo, este geoquímico descubrió algo inexplicable: todas las rocas contenían una concentración muy elevada de plomo.
Esta contaminación impedía utilizar las rocas radioactivas para su experimento, así que usó otro método: como los meteoritos que caen a la Tierra se formaron al mismo tiempo que nuestro planeta, midiendo su edad sabremos la nuestra.
En efecto, todos los que pudo medir daban el mismo valor: 4.550 millones de años de antigüedad. Hoy en día se considera la edad de la Tierra, con un margen de error de poco más del 1%.
Clair Patterson entró en la historia en 1953 al ser el primero en medir la edad de nuestro planeta. Pero a él le preocupaba otra cosa: la concentración de plomo en todas las rocas. Sus colegas le dijeron que el plomo era un elemento natural del ambiente, algo que él negaba, porque es tóxico incluso en pequeñas cantidades.
Si era natural, debería estar en todos los sitios. Lo buscó en el fondo del mar, y la concentración era mucho menor que en la superficie. Se sabe que el plomo se introduce en los huesos, así que lo buscó en las muelas de momias egipcias y mayas, y en las de cadáveres recientes. La concentración de plomo era 1.000 veces mayor en estos últimos.
Estaba claro que el plomo no era un fenómeno natural. Entonces, ¿cómo saber cuándo comenzó la contaminación? La respuesta estaba en el hielo de la Antártida. Allí la nieve se acumula de forma constante año tras año, así que los fragmentos de hielo tienen capas como los anillos de un árbol. Fue como descubrió el momento exacto en el que comenzó la contaminación por plomo.
Eso nos lleva de vuelta a Thomas Midgley Jr. un ingeniero y químico que trabajaba en la General Motors, alrededor de 1920. En aquella época los coches hacían un ruido enorme, y los motores sufrían mucho por las explosiones en los pistones.
A Midgley le encargaron encontrar un combustible que solucionase estos problemas. Tras muchas pruebas fallidas, descubrió que añadir etanol a la gasolina eliminaba el ruido y las explosiones, pero era caro y no daba beneficios. Así que en 1921 presentó el tetraetilo de plomo, un aditivo añadido a la gasolina que conseguía el mismo efecto que el etanol, pero era mucho más barato.
Lo comercializaron con el nombre de Ethyl, eliminando cualquier referencia al plomo, porque Midgley sabía que era tóxico: pasó un tiempo enfermo por intoxicación de plomo, mientras preparaba el aditivo. Ocultó este hecho, y la gasolina con plomo se convirtió en un gran éxito.
Fue la más usada en todo el mundo durante décadas, hasta que en 1965 Clair Cameron Patterson, el geoquímico que había medido la edad de la Tierra, presentó su informe acusando a la gasolina con plomo, y al plomo que se usaba en pinturas, latas de comida y otros muchos lugares, de contaminar la Tierra e infiltrarse en la sangre y los huesos de las personas.
El hielo de la Antártida le había revelado a Patterson que la contaminación por plomo comenzó al mismo tiempo que se puso a la venta la gasolina con plomo.
Estudios posteriores responsabilizaron al plomo de 250.000 muerte al año por endurecer las arterias, además de disminuir la capacidad intelectual de los niños, al contaminar el cerebro, y aumentar los índices de criminalidad en muchos países del mundo, en los años 70 y 80.
La gasolina con plomo comenzó a prohibirse a finales de los años 80, sesenta años después de ponerse a la venta. En España no se prohibió hasta el año 2001. El último país en eliminarla ha sido Argelia, en 2021.
Seguramente Thomas Midgley Jr. nunca imaginó que el plomo era tan dañino para la salud, pero sabía perfectamente que era tóxico. Y aún así lo ocultó.Ejemplos como este explican por qué muchos descubrimientos científicos, medicinas y tratamientos tardan años, décadas, en llegar a la gente. Tienen que probarse a fondo, para asegurarse de que no son peligrosos a largo plazo. Thomas Midgley Jr. no lo hizo, y aún hay personas que sigue muriendo por envenamiento con plomo en todo el mundo.